Deshojando la margarita en septiembre

Deshojando la margarita en septiembre

Ha llegado septiembre y todavía podemos tener presente la sensación de “principio de curso” a pesar de que haya pasado tiempo desde que éramos escolares.
Es un mes estratégico donde es probable que nos hagamos una suerte de propósitos, a modo del 1 de enero, trazándonos objetivos con mayor o menor acierto.

Quizá seas de las personas que suelen conseguir lo que se proponen y tengas experiencia de logro tan valorada en nuestra sociedad. Pero incluso esta brillantez no está exenta de efectos adversos. Tener la sensación de que “la nobleza obliga”, puede transformarse en una gran carga sobre las espaldas. A veces me pregunto en qué momento hemos asumido que tenemos que ser productivos siempre.

Por otro lado, una vez conseguido el objetivo, convendría reflexionar sobre lo que nos pasa. ¿Somos capaces de valorarlo lo suficiente? ¿O lo tachamos sin más como si fuera cualquier cosa de la lista de la compra? Merece la pena pararse a pensar.

En otras ocasiones optamos por tragar saliva con el vértigo que supone afrontar de nuevo un posible fracaso. Quizá nuestra mente anticipe que tampoco lo conseguiremos esta vez. Es posible que experiencias anteriores nos estén jugando una mala pasada.

Me atrevo a decir que el fracaso es una experiencia necesaria. Pero una cosa es vivirla de forma puntual con los aprendizajes beneficiosos que supone y otra, que lo vivamos de forma reiterada.

Cuando ocurre de forma puntual ofrece la posibilidad de aprender aspectos fundamentales en la vida como la necesidad de ajustar expectativas, de cambiar de estrategias, o de perdonar nuestros errores.

Sin embargo una historia de fracasos recurrentes puede hacer mella en la imagen que tenemos de nosotros mismos, alimentando una visión negativa y desesperanzadora.

En este sentido, huelga decir que si nos pasamos de exigencia podemos entrar en la dinámica de que “nunca vamos a conseguir lo suficiente” con su consiguiente insatisfacción.

También puede pasar que la elección de objetivos en sí misma nos conduzca en mala dirección. Einstein dijo “Todo el mundo es un genio. Pero si juzgas a un pez por su capacidad para trepar a un árbol, vivirá toda su vida creyendo que es estúpido”. Parece claro que elegirlos de forma adecuada es importante.

Existe numerosa literatura sobre formas adecuadas de formularlos. Aspectos como que deben ser específicos, realistas, medibles y alcanzables son mencionados con frecuencia.

Lo que propongo es que pongamos el foco en el paso previo y me surgen muchas preguntas.

¿Qué nos lleva a proponernos objetivos? ¿Por qué elegimos unos y no otros? ¿Se asientan en nuestras verdaderas necesidades? ¿O nos proponemos aquello que se supone que debemos hacer, o lo que se espera de nosotros? Discernir estas cuestiones es importante pero nada fácil.

A lo largo de la vida vamos aprendiendo a diferenciar deseos de necesidades. Podemos querer muchas cosas y hacer grandes esfuerzos para conseguirlas. Pero si no responden a lo que verdaderamente necesitamos su efecto será efímero. Me pregunto si este mecanismo estará en la base del sentimiento de vacío que a veces surge cuando marcamos “objetivo conseguido”.

Imagina que te planteas comprar un coche. Te invito a identificar la necesidad que podría haber debajo. Es posible que aparezcan cosas como tener autonomía en los desplazamientos, ganar tiempo para tener otros espacios, o incluso sentir libertad, entre otras. Si te preguntas por el coche que deseas tener, quizá te vengan a la mente primeras marcas, coches deportivos, o por qué no una furgoneta camperizada. Pero, ¿realmente sería lo que necesitas? Me atrevo a decir que para la mayoría, un utilitario cubriría la necesidad y nos daría menos problemas.

En ilustres ocasiones notamos la sensación de que realmente hemos hecho diana. En estos casos se producen sentimientos agradables relacionados con la satisfacción o la realización personal, y lo que es más importante, efectos positivos sobre la imagen de nosotros mismos. Vamos aprendiendo que somos personas competentes, aunque en ocasiones fallemos.

¿Y si antes de meternos en la rueda de “buenos propósitos” nos paramos un momento a reflexionar? Quizá pocos minutos sean de gran ayuda en la formulación de objetivos. ¿Qué te parece si los ponemos en cuestión y reflexionamos sobre su idoneidad?

¿Por qué no quitamos de la lista aquellas cosas que nos hemos propuesto mil veces y hasta la fecha no hemos conseguido? ¿No será que no tienen el peso emocional suficiente para movilizarnos?

Y un aviso a navegantes, en especial a los grandes velocistas que van de un objetivo a otro sin solución de continuidad. ¿Y si nos paramos a ver las cosas que dejamos atrás? Quizá nos estemos perdiendo algo importante.

Si lo que identificamos es la tendencia a “sobrepensar” y dar mil vueltas antes de actuar, será vital trazarnos pequeños objetivos que nos pongan en acción, aunque no sean trascendentales. Una vez resuelto el bloqueo, nos resultará más fácil avanzar en aspectos valiosos en nuestra vida.
¿Qué tal va tu reflexión? ¿Cómo vas deshojando tu margarita?

Carolina Soba Molero

Psicóloga en Madrid

Responsable de Espacio abierto Luria

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