Fundamentos básicos de gestión emocional
¿Cómo se activan tus emociones cuando todo se apaga?
En los últimos años se ha visibilizado la importancia de las emociones en nuestra vida. Publicaciones, talleres, charlas, incluso películas, abordan el tema con una intención divulgativa y pedagógica.
Este fenómeno que en sí mismo es positivo, puede derivar en confusión debido al exceso de información disponible, o a la presencia de afirmaciones poco precisas sobre lo que está bien o lo que está mal, en la forma de regularnos.
En este contexto nos enfrentamos a uno de los principales retos de nuestra sociedad actual que consiste en incorporar con naturalidad aquellas emociones que nos resultan incómodas. Parece que lo normativo es estar bien, viviendo rodeados de mensajes motivacionales a todas horas. Ser feliz en la sociedad actual parece una exigencia más que una aspiración.
¿Qué coordenadas nos pueden orientar para saber si gestionamos de forma adecuada nuestras emociones?
Hay numerosa información disponible sobre el tema y me propongo ofrecer algunos puntos que resulten útiles para ganar claridad.
Se considera que las emociones tienen una función adaptativa tanto aquellas con las que disfrutamos, como las que nos resultan molestas.
“Es más adecuado hablar de emociones agradables y desagradables que de emociones positivas y negativas.”
Este planteamiento se propuso con el objetivo de evitar que las emociones desagradables se consideraran “malas”. En origen todas tienen una función adaptativa. Si no fuera así, los mecanismos propios de la evolución las hubieran minimizado.
Para poder discernir si la regulación emocional ha sido adecuada, además de conocer los hechos, necesitamos información sobre la persona, su estilo habitual de gestión y su contexto.
A veces se afirma que el equilibrio emocional se alcanza si vivimos las emociones de forma moderada. ¿Realmente eso es así en todas la situaciones? Me resulta difícil pensar que me tocara un gran premio en la lotería y lo viviera con mesura y sin excesos. Si hablamos de situaciones más cercanas te invito a pensar en alguna que hayas vivido recientemente. Yo recuerdo la gran alegría que sentí cuando mi hijo ganó por primera vez un campeonato después de años de esfuerzo y dedicación. ¿Significa eso que no regulo bien mis emociones? Me surgen dudas.
“Vivir las emociones de forma intensa no implica necesariamente una mala regulación”
Cada persona desarrolla una forma particular de vivir sus emociones. Si establecemos un paralelismo con los colores, en unos casos se experimentan en tonos pastel, mientras que en otros, en colores muy intensos. Se trata de formas distintas que no necesariamente son buenas o malas, simplemente son. Lo que será informativo es observar los cambios que se producen y su evolución.
“En situaciones de alto impacto, la intensidad de las emociones se considera una respuesta normal, ante una situación anormal”.
En el pasado cercano está lo que experimentamos durante la pandemia y, más recientemente, lo que algunas personas vivieron con el apagón del 28 de abril. En estos casos nuestro organismo se activa en busca de una respuesta que nos permita adaptarnos, mostrando su función adaptativa. En ocasiones este estado de alerta se prolonga más de lo necesario pudiendo llegar a producir dificultades.
“Un buen indicador de salud emocional es el tiempo que tardamos en recuperarnos del impacto”.
En los ejemplos anteriores de la lotería o un logro deportivo en los que sentimos alegría, si después del impacto inicial no nos dejamos llevar por la euforia, nos damos un espacio para serenarnos y ganar claridad, podremos desplegar las estrategias que nos parezcan más adecuadas.
Por otro lado, recibir una mala noticia y que no nos afecte es como pedir que nos pinchen y que no sangremos. ¿Por qué nos empeñamos en pedirnos cosas que ni son necesarias, ni son posibles? Por el contrario, las emociones nos suelen ayudar a asimilar lo ocurrido y aterrizar en la situación.
Un ejemplo para reflexionar
Ana va a su trabajo como todos los días y durante su jornada ve que su jefa le está pidiendo a otra persona algo que forma parte de sus funciones como encargada. Se enfada mucho y se siente ninguneada. Acaba su jornada como puede y llega a casa muy malhumorada.
Piensa a qué persona puede llamar y se decanta por María. Habla con ella y primero expresa su enfado sin filtros. La escucha le facilita que poco a poco el enfado se vaya transformando en una tristeza más reflexiva y se da cuenta de que quizá pueda hacer algo. Decide relajarse, pone la música que le gusta, se prepara una cena apetecible y después saca un cuaderno para escribir. Anotar las palabras que quiere decir a su jefa le hace sentirse reconfortada. Al día siguiente se levanta decidida a mantener una conversación con ella y aclararlo todo. Quiere poner límites para que se respete su nuevo rol de encargada.
¿Cómo se sentiría Ana si hubiera gestionado la situación de otra manera? ¿Y si hubiera decidido llamar a otra persona, que en lugar de escucharla sin más, hubiera alimentado su enfado? Quizá hubiera entrado en bucle y se hubiera producido el efecto “bola de nieve”. Su jefa al final del día sería el ser más maligno del universo. ¿Le ayudaría en algo al día siguiente para afrontar su jornada?
Tampoco parece una buena idea callarse y aguantar estoicamente. ¿Qué efecto causaría cualquier palabra de su jefa, o acercamiento a su compañera, mínimamente relacionado con la situación? Además de no mejorar las cosas, el malestar permanecería latente afectando de forma negativa.
“Ofrecer una cauce de salida sano a la activación emocional nos ayuda a regularnos”.
No nos podemos olvidar de que la contención puede conducir a dolencias físicas como dolores de cabeza, tensión muscular o problemas digestivos. Las emociones tienen un componente fisiológico que está ahí aunque no lo tengamos en cuenta. Se suele decir que cuando no nos escuchamos, el cuerpo nos habla.
Nuestras emociones durante el apagón
Acabamos de pasar por una situación insólita, una más de los últimos años, que no nos podíamos imaginar. En pleno siglo XXI hemos vivido un apagón que nos remite a historias pasadas de velas y lámparas de aceite. Quizá hayas escuchado desde el humor expresiones como “lo que nos falta después de pandemias, filomenas, volcanes y riadas, es que colisione un meteorito o nos invadan los extraterrestres”.
Hemos podido tomar conciencia de lo dependientes que somos de la electricidad y la tecnología en cosas tan básicas como el transporte para llegar a casa, la comunicación con los demás, o la supervivencia en hospitales, residencias… Lo cierto es que nuestra vida “se paró” de alguna manera, creando un impacto inesperado.
Se han dado situaciones variadas. Desde sucesos trágicos con el peor final por diversas circunstancias, hasta eventos angustiosos como evacuaciones en el metro o personas encerradas durante horas en un ascensor. Luria psicología envía un abrazo muy fuerte a todos los afectados.
Como se ha mencionado antes, en estas situaciones lo normal y esperable es que tengamos una respuesta emocional muy intensa, y lo que marcará la diferencia no es tanto la forma inmediata de reaccionar, sino nuestra forma de gestionar el después.
En el caso de familiares de personas fallecidas, vivirán un proceso de duelo en el que influirán múltiples factores. No se afronta igual la muerte de alguien que está en un proceso terminal en la vejez, que la muerte inesperada de una persona que precisa unos cuidados pero de la que no se teme por su vida. Tampoco será lo mismo considerar que era inevitable, que pensar que se hubiera podido impedir con más generadores de emergencia…
Si ponemos el foco en los otros casos antes citados, lo relevante será cómo se aborda el poso emocional que han dejado. Es probable que muchas personas experimenten ansiedad cuando tengan que volver a subir a un ascensor o coger el metro para volver a su actividad habitual. Este tipo de condicionamiento es un mecanismo muy básico de aprendizaje donde una situación inicialmente neutra se asocia a una respuesta de miedo visceral.
“Si a pesar del miedo la persona decide subir al ascensor, o vuelve a utilizar el transporte, lo esperable es que la ansiedad se vaya reduciendo y que se vuelva a retomar la normalidad”.
¿Qué pasará si a partir de ese momento en lugar de afrontar la situación se evita? Que posiblemente sea el origen de una dificultad mayor que requiera atención profesional.
También habrás visto imágenes y vídeos de gente haciendo coreografías y cantando con un ambiente festivo, que nos trae recuerdos de pandemia. Me atrevo a decir que quizá no sea oro todo lo que reluce.
En una situación en la que no se puede hacer nada, más allá de ahorrar batería en el móvil, pasar ese tiempo de la mejor manera posible parece una buena opción. Si estoy en un tren parado en el campo, ¿por qué no pasar un buen rato cantando o bailando? Aunque llegará un momento en que lo funcional quizá sea recopilar los recursos disponibles, móviles, comida, prendas de abrigo y organizarse por si llega la noche.
“Si hacemos una lectura adecuada de las emociones tendremos información valiosa sobre lo que necesitamos en cada situación”.
Pero doy un paso más y os lanzo una pregunta ¿qué gestión será mejor, la de la persona que se inquieta, busca una radio para informarse, recopila una cantidad razonable de alimentos básicos, linternas y carga el móvil con la batería del portátil? ¿O alguien que no se angustia, baja a la calle a bailar y tomar cervezas con los amigos, sin revisar si tiene lo imprescindible? Parece clara la respuesta.
Un canto a la esperanza
En el siglo pasado Paul Eckman estableció que las emociones básicas eran comunes a todas las personas, independientemente de su cultura. Identificó que existían formas de expresión, patrones de activación y tendencias de acción comunes. Se puede considerar que son las que los seres humanos llevamos de serie. Inicialmente propuso que eran tristeza, enfado, miedo, alegría, asco y sorpresa. Y con posterioridad añadió rechazo.
El hecho de que dispongamos de patrones comunes no significa que no tengamos margen de acción. Nuestra historia de aprendizaje será la que marque la forma de gestión, influida por las experiencias, el contexto cultural, incluso por la forma de vincularnos en la familia desde el momento en que nacemos.
“Las emociones básicas son universales, pero la forma de gestionarlas es personal e intransferible”.
El papel del autoconocimiento es fundamental para poder tomar conciencia de las estrategias de regulación que hemos aprendido y diferenciar aquellas que nos resultan eficaces, de las que no.
La información disponible y contrastada del funcionamiento de nuestro sistema emocional nos puede dar pistas útiles para ajustar nuestros recursos, pero no implica que haya pautas que siempre sean útiles, y que sirvan para todos.
“El aprendizaje emocional es un camino de descubrimiento donde aprendemos estrategias para hacernos cargo de nuestro propio bienestar”.
Se trata de algo complicado en muchas ocasiones. Pero estableciendo un paralelismo con el apagón, ¿no será que en las situaciones más difíciles, lo que nos salva es lo más básico? Tal vez una radio a pilas, o pararse un momento a pensar, nos pueda aportar en el momento el mayor beneficio. ¿Te unes al reto?
Responsable de Espacio Abierto Luria
Psicóloga en Madrid con habilitación sanitaria
M-14665
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