Superación desmedida: ¿bendición o maldición?

¿Cualquier tiempo pasado fue mejor? Es curioso el ser humano. Con el paso del tiempo se producen cambios en la forma de vida y también en la manera en que “padecemos”. Ocurre a nivel físico y también a nivel psicológico.

En la actualidad resulta extraño ver que en el momento que hay mayor seguridad, al menos en nuestro entorno más próximo, sean tan frecuentes los trastornos de ansiedad y del estado de ánimo.

En la época de nuestros padres, incluso abuelos para los más jóvenes, había una cultura del sufrimiento grabada a fuego. El esfuerzo, el sacrificio, el ahorro para que no faltara nada el día de mañana, eran aspectos muy comunes. Se traducía en jornadas de trabajo amplias, dedicación al hogar y a los hijos, aprovechamiento de la comida, los enseres, la ropa… ¿Quién no ha compartido la ropa de sus hermanos o de algún otro familiar? En las casas se arreglaba todo, se cosía, se reutilizaba… Me río cuando proponen el concepto de economía circular como algo innovador y vanguardista. Tanto, como nuestras abuelas.

Seguro que podemos tomar nota de la parte más positiva de ese legado, pero lo cierto es que además de lo mencionado, el ocio, los viajes de vacaciones y aspectos como el tiempo para uno mismo, eran la excepción o estaban reservados para algunos privilegiados. Alguien podría considerar que se daba una suerte de “convivencia con el sufrimiento”. Sin embargo, esa actitud de aguante solía ir acompañada con un afán de agarrarse a la vida fuera de lo común, disfrutando como nunca de cosas cotidianas como un encuentro familiar o una risa.

En plena pandemia pude comprobar que, a pesar de que fallecieron de forma lamentable muchas personas, había otras que se mantenían con una resistencia excepcional. Observé que en ocasiones fallecían personas activas de 70, mientras que sus madres de más de 90 les sobrevivían.

Ha pasado el tiempo y con él hemos ganado muchas cosas importantes para nuestra calidad de vida. Pero, ¿dónde hemos dejado la tolerancia al sufrimiento? ¿Qué hemos perdido por el camino? ¿Hacia dónde hemos evolucionado?

Me atrevo a asegurar que gran parte de nuestras quejas, las que nos hacen acudir a profesionales como nuestros psicólogos en Madrid son fruto de los intentos que hacemos para eludir, en lugar de afrontar, situaciones que nos generan malestar, dolor, desazón, incomodidad… Hacemos tentativas poco eficaces porque no hemos aprendido a gestionar aquello que nos afecta.

Hemos bajado tanto el umbral que nos cuesta tolerar cosas cotidianas como un comentario inadecuado, una crítica, un cambio de última hora. Y cuando hablamos de eventos significativos como una enfermedad o una pérdida, mucho más.

Creo que nos vendría bien asumir que, a pesar de que los grandes avances tecnológicos en todos los campos y de tener una mejor calidad de vida, seguirán dándose situaciones que nos afecten, momentos en que necesitemos llorar, o que sintamos miedo o enfado.

La buena noticia es que nada tiene de patológico decepcionarse ante la respuesta de alguien cercano, sentir enfado cuando sobrepasan nuestros límites, o tristeza cuando añoramos a alguien querido. Aprender a vivir estos momentos, tolerarlos e integrarlos en nuestra vida va a ser fundamental para afrontar diferentes situaciones que nos pueden llegar.

A las personas de mi generación nos ha tocado evolucionar en un intento de recolocar este puzle. Quizá la experiencia nos haya llevado a tolerar el sufrimiento en cierta medida, aunque nada en relación con generaciones anteriores. Además, hemos tenido el reto de incorporar la importancia del autocuidado y los espacios de ocio como fuentes de salud psicológica. No en vano vivimos con el mantra insistente del bienestar, cuál martillo pilón.

Nuestra paradoja diaria consiste en esforzarnos en el trabajo y tener el deseo de evolucionar y de ser más, a la par de salir a la carrera cual velocistas, para poder llegar a esas cosas que sirven para cuidarse como el gimnasio, actividades culturales, meditación, además de ser los mejores padres y una lista interminable… Solo el escribirlo me agota.

A veces oímos que los jóvenes de ahora no aguantan nada. Que les hemos protegido tanto que no toleran el más mínimo sufrimiento. Sin embargo, creo que es justo considerar que ellos están viviendo una etapa de múltiples cambios, que se dan a gran velocidad como nunca antes se ha dado.

Hagamos autocrítica. ¿Podemos decir que hemos alcanzado el equilibrio en el balance sufrimiento-bienestar? Yo tengo clara la respuesta, aunque sigo aspirando a conseguirlo en algún momento.

No creo que los retos de los jóvenes sean más fáciles que los nuestros. Si pensamos en las dificultades que tienen para emanciparse, o en las expectativas para conseguir un trabajo cualificado, en la juventud mejor formada de la historia, parece que su panorama no se asemeja al jardín del edén.

¿Qué te parece si en lugar de juzgar a los jóvenes les damos la oportunidad de hacer su trabajo? Quizá si les ofrecemos su espacio veamos cómo lo hacen y podamos seguir aprendiendo. ¿Cómo lo ves? ¿Cómo va tu balance?

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